El futuro Israel, un pueblo semita con una lengua alfabética lineal que podemos presumir tiene origen en el protosinaítico, se distinguirá por la prohibición figurativa para sus divinidades (Éxodo 20,4). En el proceso de construcción de las letras los jeroglíficos egipcios son vaciados de su representación icónica (rebus) en favor de su significación fonética (acrofonía).
De modo que, entre los minerales primigenios, que sirven de localización geográfica, pero también de atmósfera cultural, y el resultado de las letras tenemos la materialidad acústica como constante para reconstruir imágenes.
En efecto, el texto bíblico presenta el cruce del “Mar Rojo” como momento fundante (Éxodo 14–15), y la escena del becerro de oro –un bovino, como Hathor, fruto de la fundición de un metal precioso–, exterioriza el pecado más grande que Israel ha cometido (Éxodo 32).
Si la acción divinizante en los humanos de los minerales, materiales responsables de generar un entorno peculiar que tendrá como fruto la escritura, se puede perpetuar en el eco de unas letras transmisoras del mensaje divino, esto significa que en el origen de la escritura podemos también rastrear los orígenes del Israel bíblico.